Somos únicos e irrepetibles. Nadie es idéntico a nadie. Nuestra esencia divina está haciendo un proceso de crecimiento en la existencia material, pero no es el mismo que necesita alcanzar el semejante. Hay historias karmáticas, evolutivas, y de grupos jerárquicos diferentes, que guían cada encarnación en el tiempo y lugar que más convenga al Plan Mayor. Por una mala interpretación, se suele caer en el peor error: perder nuestra individualidad. El hecho de que seamos integrantes de una civilización, país, población, grupo familiar o simple pareja, no nos iguala. No nos hace perder lo esencial, por causa de lo personal. Aclaro este último concepto. Somos personas, pero venimos de ser esencias que alimentan a esa “persona”. Antes fue el espíritu que el cuerpo. Siempre fue y será así. La circunstancia de vivir en un vehículo tridimensional con morfología humana, sólo es el uniforme para cumplir con la tarea que se nos encomendó. Y ésta siempre es la misma: evolucionar en bien del universo que nos contiene y es el verdadero útero que nos parió. Ser individual no implica ser indiferente, ajeno, egoísta y procurar sólo lo que nos conviene, sino mantener una identidad que es previa a la de nuestros documentos. Ya éramos antes de ser en esta Tierra. Existíamos como seres divinos, en crecimiento inmaterial, en plena evolución cíclica en pléyades mayores, planetas escuela, en galaxias que podrían parangonarse con nuestras universidades.
Pero cuando llegamos a cada tiempo terreno, nos empiezan a adormecer con los dogmas y doctrinas religiosas para que aceptemos dioses prefabricados y perdamos nuestra auténtica divinidad. Nos asustan con los castigos divinos, sin enseñarnos que somos nosotros los que fabricamos esas consecuencias, que mal llamamos castigos, cuando debiéramos decirle enseñanzas, aprendizaje sobre el amor, o simple fruto de nuestra indiferencia hacia las Leyes Superiores que dirigen la Creación.
Hemos de recuperar nuestra individualidad!!